Disfrute del partido.

 Carta para el papá de Juanma.


Hola, usted no me conoce y yo tampoco a usted. Somos un par de desconocidos que comparten un pequeño espacio, durante poco tiempo, algunas veces por semana. Le tengo que confesar que hasta hoy no había advertido su presencia en el predio, cualquiera podría pensar que sería mejor que usted continuase siendo “un padre más”, pero yo sinceramente le agradezco su aparición, me ayuda a pensar.

Me voy a presentar brevemente para que entienda, por una serie de casualidades de la vida hace algunos meses que comparto los entrenamientos con su hijo y otros chicos más, pocas chicas, tres. El más grande debe tener quince años, no sé cuántos tiene Juanma pero creo que no es de los más grandes. Yo, en cambio, acabo de cumplir treinta. Cuando tenía la edad de mis compañeritos y compañeritas de entrenamiento, solía “jugar” al fútbol en los recreos con mis amigos, pero no me dejaban jugar mucho la verdad, me la pasaban muy poco, casi nada de hecho, pero bueno, acá estoy, sobreviví.

Al final del entrenamiento de hoy hicimos un poco de fútbol y Juanma se veía frustrado porque le habían robado la pelota que nos tenía un gol abajo. No pasa nada, es un juego. Durante todo el partido lo noté tenso, entonces sentí su presencia, sí, la suya Papá de Juanma. Lo vi junto al alambrado, una mano en el bolsillo y el hombro contra el poste de luz, con la mirada fija en la pelota, murmurandole exigencias a su hijo cada vez que pasaba cerquita. Una escena que he visto innumerables veces en todas las categorías formativas, pero la de hoy me devolvió las ganas de escribir.

Bren, una de las chicas que forma parte de nuestro grupo de entrenamiento llevaba la pelota en carrera y Juanma (que le tocaba defender esa posición) llegó a interponerse antes de que se fuera sola hacia el arco. Ella frenó de golpe e intentó pasar pero él estaba bien parado así que tuvo que amagar de nuevo. Esta vez él se comió el amague y se resbaló un poco, solo le quedaba trabar la pelota y rogar que Bren no pudiera vencerlo en fuerza y quedarse con el balón. Fue en ese preciso instante en el que salieron de su boca las palabras mágicas:

-¡Dale hijo! No te puede ganar una mujer-

No se si se acuerda de aquel momento, de aquellas palabras. Usted no las dijo fuerte, no las dijo “violentamente”, las dijo como quien le reprocha a un amigo que le sirvió poco vino ¿Por qué? ¿Por qué a usted se le puede llegar a ocurrir que esa frase tiene algo que hacer en un entrenamiento? Bren estaba mucho mejor parada que su hijo, estaba totalmente decidida a quedarse con la pelota y lo que suele suceder en esos casos es que si vos tenés una posición favorable y hacés las cosas bien, la pelota es tuya; pero si en ese preciso momento una voz extraña, un adulto, un onvre, te informa que vos no tenés derecho a quedarte con esa pelota, esas palabras no te las olvidás nunca más y las vas a volver a escuchar cada vez que vayas a disputar una pelota. Sus palabras, Papá de Juanma, se las dijo a ella, me las dijo a mi, se las dijo a su hijo, las dijo como si fueran un mandamiento.

Le agradezco su salida del anonimato porque realmente es muy difícil que una persona como usted entienda el daño que provoca con un gesto tan ínfimo, le agradezco porque me devolvió las ganas de escribir y me obligó a pensar, a darme cuenta que todavía falta. Lo invito a que busque un lugar a la sombra, a que se ponga cómodo y que disfrute del partido porque lamento decirle que el juego sigue, la pelota la llevamos nosotras y sí, claro que si podemos ganar.


Milagros.


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