El vuelo

Caminaba lento por calle 13 hasta que la desobediencia me detuvo. Nunca antes había visto un espectáculo igual, debo admitir que eso me enojó. Retomé disimuladamente la marcha para ver más de cerca mientras pensaba que aquello no podía ser normal y sentí un enorme orgullo por haber zafado de tal engaño. Ese comportamiento me provocaba náuseas, impotencia, desesperación. Lo mejor era ignorarlo, más tarde su recuerdo se evaporaría suavemente para perderse entre mis herramientas de sosiego. 

Todas las tardes, cuando camino por aquel sitio, me encuentro por primera vez con la misma escena: el cenit de las aves. En el cielo cientos de puntos oscuros recorren el aire escapando del atardecer. Se enmarañan con brutalidad para después fluir como si fuesen la corriente de un río, se alborotan, avanzan y sobrevuelan las copas de los árboles para finalmente alcanzar sus nidos. Saludan al Sol, se arremolinan, se confunden, se mezclan y dejando a sus espectadores con taquicardia, se disuelven. 

Aquel momento mágico desrealiza mis convicciones, alimenta un impulso altamente oprimido que me llena de alegría ¿Cómo podía permitir esa libertad? Qué despreciable el encontrarme en el lugar preciso a la hora exacta, no importa cuánto lo intenten, siempre logro desvanecerlos. Ya me lo habían dicho:

  • No permitas que su vuelo te inspire.-

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