El elefante en el salón

Hay un elefante en la cocina, sentado arriba de la mesa. Mientras ponemos el pan y las servilletas nos mira sacudiendo las orejas, se siente muy importante. Nadie hace contacto visual con él porque todos tenemos miedo de que se dé cuenta que lo estamos mirando y desordene los cubiertos o tire el vino que tanto nos gusta compartir. Es un elefante que tiene bastante olor a caca y obviamente no nos deja mirarnos a los ojos, la visual se complica con semejante bicho. Su presencia hace que los platos tengan que acomodarse al bordecito de la mesa y que sea complicado servirse queso si te quedó muy lejos.

Todos lo vemos y tenemos miedo de molestarlo porque no sabemos qué puede pasar si le pedimos que se baje, que molesta. A mi me tocó sentarme al lado de la pata trasera, pero la peor ubicada es mi hermana, a ella le tocó el culo. El olor a mierda ahí seguramente es más fuerte y el elefante parece sentir una enorme satisfacción al pegarle en la cabeza con la cola, la mueve constantemente despeinándola, haciendo que comer para ella sea bastante complicado pero siempre logra zafar y llevarse un bocado a la boca. A veces parece ser un juego, se volvió experta en distraerlo levantando una mano para que el elefante la golpee en la costilla mientras con su otro brazo bebe de la copa. Salud! dice en voz alta y todos nos ponemos felices de que haya logrado dar ese sorbo. Acompañamos ese brindis con la mano en alto y dejamos que el paquidermo se tire un pedo en su nariz e inunde la cocina con su perfume. Nosotros preferimos soportar en silencio, por miedo a que nombrarlo altere nuestra hermosa cena familiar, por miedo a que el bicho se altere y rompa la mesa o alguien salga lastimado. Preferimos ser cómplices de la impunidad de lo obvio antes que enfrentarnos al caos.

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