Apalabrar.

Se me fue el sueño porque no pude decir lo que siento. Tuve siete momentos indicados y los dejé pasar como un corte con papel. Ahora estoy acá, insomne y tajeada. Presumo que entre mi mente y lengua hay una fuga, sino no se explica esta incapacidad para hacer vibrar las cuerdas vocales y que se escuchen mis pensamientos. No es difícil, lo hago todo el tiempo. Hay que poner una palabra delante de la otra, tomar aire, despegar la lengua del paladar, separar los labios y decir por ejemplo: “buenos días”. Fácil.

Hay una fuga, es evidente, las palabras no llegan hasta la boca. Algunas se atascan en la mente y otras se confunden y terminan en los pies. Cinco partidos de fútbol tengo que jugar para sacarme las ganas de decirte que te extraño, que me perdones.

Si tengo palabras en las manos no me queda otra que escribir, que pintar, que tomar mate, esperando que el sabor de la yerba amarga detenga el averío. Aunque sea por un instante me distraiga y se me olvide que le tengo miedo a lo que piensen.

-no quiero ir, 

-me duele que me uses

-quiero verte más 

Días como hoy termino cayendo en la resignación, pagando con sueño y pecho apretujado la inconveniencia de confundir la palabra escrita con la pronunciada.

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